EL COREÓGRAFO DEL CAOS
Entre rituales simétricos y pensamientos perturbadores, esta historia nos sumerge en la mente de Marco, un hombre que ha convertido su vida en una danza obsesiva para mantener a raya sus miedos más profundos. Un relato que explora con cruda honestidad y delicada empatía el laberinto del TOC, donde cada paso debe tener su eco y cada pensamiento oscuro su ritual neutralizador.
Psicólogo Luis García
11/7/20242 min read


Marco medía su vida en patrones. No por elección, sino por una necesidad tan vital como respirar. Sus días eran una danza meticulosa de movimientos simétricos, un ballet obsesivo que solo él podía escuchar.
Las baldosas del metro eran su partitura diaria. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Si pisaba una línea con el pie izquierdo, una alarma silenciosa se disparaba en su cerebro. La única forma de silenciarla era crear un eco perfecto con el pie derecho. El universo demandaba equilibrio, y él era su reluctante bailarín.
En la oficina, sus dedos ejecutaban una sinfonía invisible. Contraer el pulgar izquierdo tres veces, luego el derecho. Los antebrazos se tensaban en secuencias perfectamente coreografiadas. Sus compañeros lo llamaban "el metódico". Si supieran que cada movimiento era una batalla contra el caos que amenazaba con desbordarse...
Las noches eran las peores. Acostado junto a Ana, su esposa, las imágenes llegaban sin invitación. El cuchillo de la cocina brillando con posibilidades oscuras. Sus manos alrededor de cuellos amados. "Solo son pensamientos", repetía su terapeuta. Pero los pensamientos tienen peso, tienen garras, tienen hambre.
Sus hijos habían aprendido a moverse alrededor de sus rituales como agua alrededor de una roca. Lucas, el mayor, sabía que no debía interrumpir a papá cuando estaba "organizando sus pensamientos". Sara, la pequeña, había dejado de pedirle que la alzara en brazos - sus movimientos espontáneos alteraban la coreografía invisible que mantenía el mundo en su eje.
Una tarde, mientras ejecutaba su ritual número diecisiete del día (cerrar la puerta cuatro veces, comprobar la estufa tres veces, tocar el marco de la puerta dos veces), encontró a Sara imitándolo. Como un pequeño espejo, repetía cada uno de sus movimientos con la precisión inocente de una niña de seis años.
Algo se quebró dentro de él. No fue una ruptura destructiva, sino más bien como cuando se rompe el cascarón de un huevo para dar paso a la vida. En el reflejo de su hija, vio su prisión desde fuera por primera vez.
Esa noche, mientras los pensamientos oscuros merodeaban como lobos hambrientos, Marco hizo algo diferente. En lugar de luchar contra ellos, los invitó a sentarse. "Adelante", les dijo en silencio, "muéstrenme lo peor". Y lo hicieron. Desfilaron ante él todas sus atrocidades imaginadas, todos sus miedos, toda su monstruosidad potencial.
Pero esta vez, en lugar de huir hacia la simetría salvadora, se quedó allí, temblando pero presente. Y descubrió algo extraño: los monstruos, al ser mirados de frente, empezaban a parecer más pequeños. No desaparecieron - Marco sabía que nunca lo harían completamente - pero comenzaron a perder su poder de tortura.
A la mañana siguiente, en el metro, pisó una línea con el pie izquierdo. La alarma familiar sonó en su cabeza. Sus músculos se tensaron, preparándose para el eco necesario. Pero esta vez, respiró profundo y siguió caminando. El mundo no se acabó. El universo no colapsó. Solo quedó el eco de su propio corazón, latiendo asimétrico pero vivo.
En su diario, esa noche escribió: "Quizás la verdadera simetría no está en repetir los movimientos, sino en aceptar que algunas danzas son solo nuestras, aunque parezcan locura a los demás."
Marco sigue midiendo su vida en patrones. Pero ahora, algunos de ellos son voluntariamente imperfectos.
