LITURGIAS DEL DESORDEN
Entre el ritual y la revelación, entre la angustia y la lucidez, esta historia nos sumerge en la mente de Martín, un hombre que ha convertido sus obsesiones en un peculiar arte de existir. No es un cuento sobre la superación de la neurosis, sino sobre el descubrimiento de una extraña libertad dentro de nuestras propias prisiones mentales. Como un Sísifo moderno que encuentra poesía en su condena, Martín nos invita a repensar qué significa realmente estar "curado". Una narración que se aleja tanto del oscuro pozo de la patología como de los mantras superficiales de la autoayuda, para encontrar una tercera vía: la de habitar nuestras sombras con una sonrisa torcida.
Psicólogo Luis García
11/4/20242 min read


Martín contaba los azulejos del baño cada mañana. No porque creyera que esto evitaría alguna catástrofe - hacía tiempo que había superado esa ingenuidad. Lo hacía porque en ese ritual absurdo encontraba una extraña forma de poesía.
Doscientos cuarenta y tres azulejos. Siempre el mismo número, pero nunca la misma experiencia. A veces los contaba con la urgencia de quien descifra un código secreto; otras, con la calma de quien recita un mantra. Algunos días encontraba patrones nuevos en las grietas microscópicas, como un arqueólogo descifrando civilizaciones extintas en su propio baño.
Su terapeuta anterior habría llamado a esto una "conducta disfuncional persistente". Pero Martín había aprendido a desconfiar de las etiquetas pulcras. La vida, había descubierto, era demasiado caótica para caber en los diagnósticos.
"¿No te cansa?", le preguntó una vez Laura, su hermana, la única que se atrevía a nombrar el elefante en la habitación. "Respirar también cansa", le respondió él, "y sin embargo, seguimos haciéndolo".
En su escritorio, entre papeles ordenados en ángulos perfectos de 90 grados, guardaba un cuaderno donde anotaba sus "momentos de lucidez obsesiva", como él los llamaba. No para curarse, sino para entenderse:
"Día 731: He descubierto que mis rituales son como pequeños oasis en el desierto de la incertidumbre. No los necesito para sobrevivir, pero hacen el viaje más llevadero."
"Día 745: La gente normal vive en la ilusión de que controla algo. Yo, al menos, sé que mis controles son imaginarios."
Una tarde, mientras reorganizaba su colección de incertidumbres (las pequeñas, en cajones azules; las medianas, en verdes; las existenciales, en una caja negra que solo abría los domingos), tuvo una revelación: no era él quien repetía los rituales - eran los rituales los que se repetían a través de él, como el mar repite sus olas sin agotarse nunca.
Esta idea lo hizo reír. Una risa profunda, que venía de algún lugar entre la desesperación y la liberación. ¿No era acaso toda la existencia un ritual absurdo? ¿No era cada vida humana una colección de gestos repetidos, de manías cultivadas, de obsesiones disfrazadas de normalidad?
Su madre solía decir que necesitaba "soltarse más". Pero Martín había aprendido que soltar era también una forma de control. En cambio, eligió fluir con sus propias mareas, con sus propios ritmos lunáticos.
En las noches de insomnio, cuando el silencio amplificaba cada pensamiento hasta el vértigo, Martín ya no luchaba contra el carrusel de preocupaciones. En su lugar, les ponía nombres, les inventaba historias, las invitaba a tomar té imaginario en tazas perfectamente simétricas.
Un jueves cualquiera, mientras contaba los azulejos por segunda vez (porque la primera no se había "sentido correcta"), Martín sonrió ante su reflejo fragmentado en el espejo. No era una sonrisa de victoria, ni de resignación. Era la sonrisa de quien ha encontrado su propia forma de bailar con el caos.
En su cuaderno, escribió una última nota: "Quizás la verdadera neurosis sea creer que existe una forma correcta de estar roto."